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El arte como refugio

Internada por anorexia, pintó lo que sentía y convirtió su tratamiento en arte con un propósito

La anorexia nerviosa, como la que tuvo Milagros, es una de las más frecuentes: en mujeres jóvenes y adolescentes de países desarrollados, su prevalencia va del 0,5 al 1% de la población.

13 Enero de 2023 10.36

Milagros Nicastro le habían diagnosticado anorexia. Con el cuerpo al borde del colapso, fue internada en un sanatorio privado de Barrio Norte. Tenía 17 años y las horas se le hacían de goma. En el pecho sentía el frío del gel para las ecografías que monitoreaban su corazón. En la garganta, le ardía la sonda que desde la nariz bajaba hasta su estómago para llevarle nutrientes. Todos los días, a las 5 de la mañana, se despertaba con el pinchazo de una aguja en el brazo. “Nada de eso dolía más que la voz denigrante de la anorexia. Era una tortura mental contra la que no podía pelear”, cuenta. Ese miércoles de marzo, agarró los lápices con los que había intentado distraerse pintando mandalas y empezó a dibujar el plato con las vainillas. “ El film y la etiqueta con mi nombre representaban en ese momento la restricción: no poder tocar la comida aunque lo intentara, porque me daba pánico”, describe la adolescente. “Dibujando no solo descubrí un escape: logré mostrar una perspectiva para la que no encontraba palabras”, agrega.

“Perspectivas”. Así llamó, justamente, a la serie de seis obras que nacieron esa tarde y en las que plasmó escenas de una cotidianidad fría de hospital, pero atravesadas por su mirada, realizada en lápices de color, grafito y tiza. Entonces no podía imaginarse que en diciembre de 2022, su trabajo recibiría una mención honorífica en el concurso “Currículum Cero”, organizado por la Galería de Arte de Ruth Benzacar y al que postularon más de 600 personas. Hasta el 31 de enero, su serie de dibujos forma parte de una exposición abierta al público en ese espacio de Villa Crespo.

“La anorexia había empezado como un juego de sumar, restar y bajar, pero terminó con el riesgo de que mi cuerpo dejara de funcionar”, reconoce Milagros, dándole voz a un padecimiento que atraviesan miles de niñas y adolescentes en la Argentina. Su obra permite asomarse a ese mundo íntimo y ayuda a comprender cómo estos trastornos arrasan la vida de quienes los sufren. “Era como una voz en mi cabeza que me gritaba sobre lo que había comido, estaba comiendo e iba a comer. Tenía que dedicarme de lleno a eso, no vaya a ser que perdiera el juego. La primera regla era que nadie se podía enterar”, relata. Hoy, con 19 años, está parada en la galería frente a sus pinturas. Tiene un short blanco y una musculosa negra. El pelo lacio le cae sobre los hombros descubiertos. Se acuerda que durante la inauguración de la muestra, en diciembre, vio a una mujer llorar frente al dibujo de las vainillas. Pocas semanas después, sus seis obras se habían vendido. Todavía no lo puede creer. “El arte en todas sus formas fue y va a ser mi mejor herramienta para expresarme”, se promete.

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Para hablar de la anorexia, Milagros, que estudia diseño gráfico en la Universidad de Palermo y vive con su familia en Belgrano, retrocede a mediados de 2020: “Tenía un montón de factores desencadenantes, como el perfeccionismo, la autoexigencia, la necesidad de control y la personalidad obsesiva y ansiosa. Desde chica, nunca fui buena expresándome con palabras y prefería guardarme las cosas. En la pandemia mi ansiedad se maximizó y empecé a tener ataques de pánico: no podía controlar mi cabeza”. Como le pasó a ella, los casos de adolescentes con padecimientos de salud mental aumentaron de forma alarmante en el período que siguió a la crisis sanitaria del Covid-19, y el fenómeno continúa hasta la actualidad. Según los especialistas, las consultas e internaciones por problemáticas como depresión, intentos de suicidio y trastornos de la alimentación, crecieron entre un 100 y un 200% en los últimos dos años y medio, lo que hace que muchos servicios de atención se encuentren colapsados, con demora de meses para acceder a profesionales de la psiquiatría y psicólogica, o a una cama de internación. La anorexia era una dictadora que la acompañaba a todos lados. Fue convenciéndola de no salir con amigas: no valía la pena, no tenía tiempo para eso y además no merecía disfrutar de nada. A Milagros fue dejándole de interesar todo lo que le gustaba y ese “juego” se convirtió en la única prioridad, al punto que no podía retener una conversación y tardaba veinte minutos en leer un párrafo. Todos estos síntomas son, según los especialistas, algunos de los más frecuentes en estos trastornos. “Al comienzo, mis papás sabían que algo me estaba pasando, pero no pensaron que pudiera llegar a ser un trastorno ni de cerca”, señala la adolescente. Fue su mejor amiga la primera que se dio cuenta. Ella y su mamá hablaron con los papás de Milagros y les sugirieron el nombre de una nutricionista. En octubre, la adolescente llegó a su consultorio. “Temblaba de miedo. Una parte de mí quería ayudar, pero la voz era muy fuerte y la ambivalencia era total. Sin ningún tipo de anestesia, me dijo que estaba desnutrida y me diagnosticó anorexia. Mis papás estaban sentados al lado mío y yo me quería hundir en la silla: creo que no hice contacto visual por un día entero. Esa tarde empecé a escribir, necesitaba descargarme y me daba vergüenza hacerlo con alguien más”, cuenta. Durante su enfermedad escribió ocho cuadernos: un diario íntimo detallado de esos días oscuros. “Si no fuera por ese registro, hoy no me acordaría de nada, porque la anorexia acapara todo tu espacio mental”, sostiene. Los trastornos de la alimentación se encuentran en los primeros puestos de las problemáticas de salud mental que crecieron en el último tiempo. La anorexia nerviosa, como la que tuvo Milagros, es uno de los más frecuentes: en mujeres jóvenes y adolescentes de países desarrollados, su prevalencia va del 0,5 al 1% de la población; mientras que en el caso de la bulimia nerviosa es del 3% y en el trastorno por atracón, del 3,54%.