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Son voluntarias en el Hospital Elizalde y eligen contener desde la empatía a los pacientes y sus familias

Son las "madres del corazón" de la ex Casa Cuna. Amancia Cordero, de 85 años y 46 de voluntariado, y Liliana del Valle Circolani, 62 y 7 de asistencia. Conocé sus historias.

22 Enero de 2023 08.51

 Historia pura de nuestro país. El hospital Pedro de Elizalde, conocido también como ex Casa Cuna, es el hospital pediátrico más antiguo de América Latina. Comenzó a funcionar el 7 de agosto de 1779, cuando el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo, como parte del Protomedicato del Virreinato del Río de la Plata (la nación se encontraba en plena formación), también instituido por él y cuyas funciones comprendían, entre otros detalles, la formación de profesionales, el control de epidemias y la atención de los hospitales, fundó el Hospital y Casa de Niños Expósitos.

Su nombre original fue debido a que albergaba a los niños abandonados, "expuestos", en las calles o en las puertas de las iglesias. Una dura postal social que caracterizaba a esos tiempos en la alborada del país.

 En un principio estaba instalado en las actuales calles Perú y Alsina, en un edificio que había pertenecido a los desterrados jesuitas y que estaba funcionando como arsenal de guerra. Posteriormente, en 1873, se trasladó a un nuevo edificio circular en la Loma de Santa Lucía, la actual avenida Montes de Oca, en la localidad de Barracas.

La Casa Cuna fue dirigida entre 1935 y 1946 por el Dr. Pedro de Elizalde. Este gran director del hospital creó, entre otras instancias, la revista Infancia y la cátedra de Pediatría, e introdujo el método de identificación de los niños recién nacidos, procedimiento médico-científico que permanece en uso hasta el presente. Fue un enorme aporte valioso para el devenir social del país.

En la actualidad, este hospital cuenta con 181 camas de atención indiferenciada, 73 camas destinadas a cuidados críticos, 24 camas de hospital de día, 10 camas de internación psiquiátrica y 9 quirófanos. Sus diferentes áreas reciben más de 550.000 consultas externas por año. Además de su equipo de profesionales, médicos y personal de enfermería, en ese territorio anida un sector fundamental y decisivo en la agenda del trabajo cotidiano. Son ellas. Pertenecen al equipo de mujeres voluntarias que llevan adelante su trabajo por vocación y convicciones, sin cobrar un solo centavo. Son las madres del corazón, las madres de la abnegación. Llevan amor, alegrías y sonrisas a los niños allí internados y contienen a sus padres, muchas veces ganados por el desaliento y la desesperación.

Con sus guardapolvos rosas, una sonrisa a flor de piel, y un juguete o un libro en mano, transforman la realidad cotidiana de ese universo. Recorren día tras día las habitaciones de los chicos allí internados. Acuden a la gente más humilde con sus generosos esfuerzos, transitan sin descanso cada una de las instalaciones y asisten, muchas veces, al espectáculo del dolor y las tragedias de la gente común.

Dos de estas abnegadas mujeres son Amancia Cordero, de 85 años y 46 de voluntariado, y Liliana del Valle Circolani, 62 años y siete de asistencia.

Amancia: Se trata de una vocación. La posibilidad de darles amor y contención a los chicos y la solidaridad para sus padres.

Liliana: Llegan chicos con diversos y problemas físicos, muchos de ellos complejos. Debido a ellos es que la parte emocional les juega, acto seguido, una mala jugada y ahí es cuando aparecemos nosotras en escena con nuestra presencia. Y si bien entregamos elementos y ropas que pueden llegar a necesitar, a mí me ha sucedido que, muchas veces, ha sido más importante un afectuoso abrazo, una caricia o una sonrisa.

Entre ese cúmulo de recuerdos Amancia recordó: Yo tenía a mi cargo un chiquito de 8 años, con su mamá, del interior, también. Me acercaba y la mayoría de las veces era reticente. Hablaba poco. Y con la mamá yo era como una especie de psicóloga, tratando de darle siempre la palabra y el apretón de manos más afectuoso para la contención. Me comunican, cuando me reintegro a la semana laboral siguiente, que el chico, lamentablemente, había muerto, y me dicen que toda la noche me había estado llamando. Y si bien, antes, nunca me había hablado en demasía, me tenía, desde su interior, muy presente. Yo me quedé con la madre hasta que vinieron sus familiares. Y luego de un rato, la madre me comenta que deseaba que yo fuera a ver a su hijo, que se encontraba, precisamente, en la morgue. Y así lo hice. Y pude despedirme del chiquito, con mucho dolor, por cierto.

Todas las mujeres del sector (70) trabajaron juntas por un mismo objetivo: Acompañar, ayudar y comprender la situación de cada niño y de cada familia. En el día a día, todas saben lo que sucede en cada habitación y lo realizan con amor y la mejor energía.

No cobran absolutamente nada.Y muchas veces, algunos familiares de los chicos internados han intentado ponernos algo de plata en nuestros bolsillos y nos hemos negado de manera terminante. Les hicimos comprender que toda nuestra labor cotidiana emana del amor y los sentimientos.”