El Papa León XIV, el primer Sumo Pontífice estadounidense en la historia de la Iglesia, dio inicio formal a su agenda en Líbano con un poderoso y simbólico gesto de unidad y coexistencia religiosa. El lunes por la mañana, Su Santidad se dirigió al santuario de Annaya, a unos 40 kilómetros al norte de la capital, Beirut, para orar en silencio ante la tumba de san Charbel Makhlouf, un santo maronita venerado por igual por las comunidades cristianas y musulmanas del país.
El acto se convirtió en la declaración central del mensaje de su viaje apostólico: un llamado urgente a la paz y a la armonía interconfesional en una región del Levante históricamente desgarrada por tensiones y conflictos.
Un mensaje de luz en medio de la tormenta
A pesar de una lluvia persistente que cubrió la mañana, miles de entusiastas ciudadanos libaneses se alinearon a lo largo de la ruta del cortejo papal, desafiando el clima para ofrecer una vibrante bienvenida. Con campanas tañendo a su paso, los fieles ondeaban banderas libanesas y del Vaticano, lanzando pétalos de flores y arroz sobre el papamóvil cubierto, en un tradicional gesto de hospitalidad.
El destino era el histórico monasterio de San Marón, encaramado en una colina con vistas al mar Mediterráneo. Este recinto atrae anualmente a cientos de miles de peregrinos que buscan la intercesión de san Charbel Makhlouf, un ermitaño maronita que vivió entre 1828 y 1898 y es célebre por los presuntos milagros de sanación que se le atribuyen.
En un momento de profunda solemnidad, León XIV se postró en oración ante la austera tumba del santo. Como ofrenda, el Papa entregó una lámpara, símbolo de luz y esperanza, destinada al monasterio. Posteriormente, el Pontífice se dirigió a los presentes para invocar un mensaje universal. "Hermanas y hermanos, hoy encomendamos a la intercesión de san Charbel las necesidades de la Iglesia, Líbano y el mundo," declaró León XIV en francés. "Para el mundo, pedimos paz. La imploramos especialmente para Líbano y para todo el Levante."
Esta visita a la tumba, la primera realizada por un Papa, marcó el inicio de un día de intensa actividad. La agenda de León XIV incluía un encuentro con sacerdotes y monjas católicas en el santuario de Harissa, seguido por el punto culminante del día: una reunión interreligiosa crucial en Beirut junto a los líderes más prominentes de las comunidades cristianas y musulmanas de Líbano.
Líbano en la encrucijada
El viaje de León XIV se produce en un momento extremadamente delicado para Líbano. El pequeño país mediterráneo está inmerso en una profunda crisis económica, un estancamiento político crónico y todavía se recupera de la devastadora explosión del puerto de Beirut en 2020. Además, la visita se enmarca en un contexto de creciente conflicto regional, con las tensiones exacerbadas por la guerra en Gaza y una polarización política interna que ha alcanzado niveles críticos en los últimos años.
El Pontífice tenía previsto utilizar el encuentro interreligioso para reforzar su mensaje central sobre la necesidad imperiosa de la paz y la coexistencia cristiano-musulmana, no solo en Líbano, sino en todo Oriente Medio.
La coyuntura política libanesa se encuentra profundamente dividida por los debates sobre el futuro de grupos como Hezbolá, un actor político y militar cuya participación en el conflicto con Israel el año pasado dejó al país severamente dañado y reavivó los llamados a su desarme.
Por razones de seguridad, y a diferencia de su predecesor, el papa Francisco, León XIV se movilizó por Líbano en un papamóvil cerrado. Tropas libanesas se desplegaron de manera visible a lo largo de todo el recorrido, subrayando la naturaleza sensible de la visita.
Un llamado a la resiliencia de la juventud
El intenso día del Papa concluiría en Bkerki, sede de la Iglesia maronita, con un multitudinario mitin dedicado a los jóvenes libaneses. En este encuentro, se espera que el Pontífice les transmita un mensaje de perseverancia y esperanza, instándolos a no ceder a la desesperación ni a engrosar las filas del éxodo migratorio que ha afectado a la nación debido a los múltiples desafíos.
León XIV, que arribó a Líbano el domingo procedente de Turquía (el primer tramo de su viaje inaugural), ya había desafiado a los líderes políticos libaneses en su discurso de llegada a deponer sus diferencias y trabajar activamente como "verdaderos pacificadores". Asimismo, hizo un llamado directo a la comunidad cristiana para que se mantenga firme en su tierra ancestral.
Los cristianos representan hoy cerca de un tercio de los cinco millones de habitantes de Líbano. Esta proporción confiere al país el mayor porcentaje de población cristiana en todo Oriente Medio. El sistema de reparto de poder, vigente desde la independencia, establece que la Presidencia debe ser ocupada por un cristiano maronita, una característica única en el mundo árabe.
La presencia cristiana libanesa ha persistido a lo largo de los siglos, resistiendo oleadas de inestabilidad y contrastando con el éxodo de comunidades en Siria e Iraq provocado, en parte, por el auge de grupos extremistas.
"Nos quedaremos aquí," declaró May Noon, una peregrina que aguardaba la llegada de León XIV cerca del monasterio. "Nadie puede arrancarnos de este país, debemos vivir en él como hermanos porque la Iglesia no tiene enemigo."
La gratitud por la elección de Líbano como primer destino papal fue palpable. El obispo Antoine-Charbel Tarabay, que acompañó a un grupo de la diáspora libanesa desde Australia, sintetizó el sentir de muchos. "Sintió que aquí tenemos gente que sufre, tenemos jóvenes que están muy al borde de la desesperación", afirmó sobre la decisión de León XIV de visitar el país. "Él decidió: 'Tengo que ir allí y decirles 'No están olvidados'."
La visita papal concluirá el martes con una emotiva oración en el sitio de la explosión del puerto de Beirut de 2020 y una misa final en el paseo marítimo.