La historia cuenta que quince segundos antes de las 5.30 de la mañana del 16 de julio de 1945, sobre un área del desierto de Nuevo México tan implacablemente seca que los primeros viajeros la bautizaron como la Jornada del Muerto, un nuevo sol apareció en el horizonte y se elevó rápidamente hacia el cielo. Se trataba de la Trinity, la prueba nuclear que inauguró la era atómica.
Más bien se la consideraría una oscura etapa de la historia de la humanidad, que fue el principio de los bombardeos en dos distritos de Japón: Hiroshima y Nagasaki, ocurridos durante el 6 y 9 de agosto de 1945.
El Trinity supuso la ejecución de la primera prueba nuclear de la historia. Un suceso que, aquel día, reunió a 425 individuos para presenciar el espectáculo nuclear. Políticos, científicos y periodistas como Vannevar Bush, James Chadwick, James Conant, Enrico Fermi, Richard Feynman, Leslie Groves y Robert Oppenheimer acudieron para presenciar un acontecimiento que, a día de hoy, sigue impactando por su magnitud.
La detonación de Trinity, supuso una liberación de energía equivalente a 20 kilotones de TNT. En un primer momento, esto se tradujo en una increíble explosión de luz que, según relataron los asistentes, “convirtió la noche en día”. En aquel entonces, el general Thomas F. Farrell describió la explosión de Trinity como un espectáculo:
“Todo el país estaba iluminado por una luz abrasadora con una intensidad muchas veces mayor que la del sol del mediodía. Era dorado, púrpura, violeta, gris y azul. Iluminó cada pico, grieta y cresta de la cordillera cercana con una claridad y belleza que no se puede describir, pero que debe verse para ser imaginada. Era esa belleza con la que sueñan los grandes poetas, pero que describen muy pobre e inadecuadamente”.

Después de la cegadora luz desprendida por Trinity, llegó la onda expansiva y el calor desatados por la explosión nuclear. Repentinamente, tal y como explicaron algunos de los científicos presentes durante el test nuclear, el desierto se convirtió en un verdadero “horno”, alcanzando temperaturas estrepitosas. Según algunos cálculos, “el centro de la explosión alcanzó una temperatura de 10.000.000 grados Fahrenheit, vaporizando cualquier muestra de vida en el desierto en media milla”.
Tras la explosión de la bomba de plutonio, el terreno quedó marcado con un cráter de 1,5 metros de profundidad y 9,1 metros de ancho. El calor generado por la explosión consiguió fundir la arena, el silicio y el feldespato presentes en el lecho de Trinity, dando lugar a una una sustancia verde cristalina bautizada como trinitita en conmemoración al test nuclear. Una huella que, a día de hoy, se sigue recordando como el punto de inicio de la era atómica.

El cráter del Trinity