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Mía esa pequeña sobreviviente a quien Fideo dedicaba los goles

El otro triunfo de Ángel Di María: el día en que su hija le ganó a la muerte

Sucedió en 2013, cuando él jugaba en el Real Madrid. “Fue lo más duro que me pasó en la vida”, contó “Fideo” después. El pronóstico que les dieron fue aterrador.

24 Diciembre de 2022 18.25

En estos últimos años Ángel Di María dejó bastante claro que el mandato de “los hombres no lloran” no era su forma de mostrar fortaleza. Si viste “Sean eternos”, el documental sobre la intimidad de la Selección cuando ganó la Copa América, lo viste llorar largo, con la voz quebrada, hablar de todo lo que había sufrido, llorar hablando, hablar llorando.

Si lo viste en el video en el que está sentado en el césped del Maracaná con la medalla colgada, el momento en que se la muestra a sus padres por videollamada, lo viste llorar de agradecimiento. Decirles a los ojos, en un estadio lleno y con la pera temblando, “lo logramos, los amo mucho, gracias por bancarme siempre”.

Agradecimiento, especialmente para su papá, el hombre simple al que “Angelito” ayudaba a embolsar carbón cuando era un chico de 8, 9 años: la única entrada de dinero de la casa.

¿Viste? Algún día se iba a romper la pared”, le dice llorando desde el césped a Miguel, su papá, y no hace falta mucho más para saber que habla de los muros más altos: los de la mente. “Me la di muchas veces pero seguí estando acá. Seguí estando, nunca aflojé pa, como siempre me enseñaron”.

 Era abril de 2013, hacía varios años que Ángel jugaba en el Real Madrid y Jorgelina Cardoso (esposa de Di María)-instrumentadora quirúrgica, rosarina igual que él- recién estaba por comenzar el sexto mes de gestación.

Jorgelina había fisurado bolsa y perdido todo el líquido amniótico. Se supone que un embarazo a término debe llegar a la semana 40 de gestación: ella iba por la 29 y la beba apenas pesaba 1 kilo. El embarazo venía perfecto, no lo podían creer. Con ella internada, una Junta Médica evaluó la situación y arriesgó un pronóstico más negro que brumoso.

Tenían que hacerla nacer y nada de lo que estaba pasando se parecía a la idea de “dar a luz” que habían imaginado. Había un 70% de posibilidades de que Mía naciera muerta. “Y nos dijeron que si vivía -me contó ella aquel día- iba a quedar con secuelas graves”.

“Todo lo que vivimos con nuestra hija fue lo más duro que le podría pasar a un padre. Primero, que nazca y te digan que era un 70% que no viva y un 30% que sí. Y que viva para nosotros era todo”, contó el propio Di María en una entrevista en aquel entonces con el diario deportivo Olé. “Me daba igual cómo iba a quedar, yo quería tenerla”.

Mía nació una semana después: los dos la vieron nacer y llorar, llorar y respirar, vieron a los médicos sonreír y correr, pero sonreír. Mía había derribado la pared: estaba viva.

Lo que siguió, sin embargo, fue una larga estadía en el limbo: tres almas juntas sin saber bien para donde ir. “Se habla mucho de los bebés prematuros pero uno no llega a dimensionar, a sentir lo que nos pasa a los papás. Estás entre la vida y la muerte, esperando el parte de cada día”, contó.

“Pasábamos todo el día con ella: Ángel la agarraba de una manito y yo de la otra, y muchas veces, mientras estábamos ahí, dejaba de respirar: empezaba a sonar la alarma, venían las enfermeras corriendo y le decían 'no Mía, no te vayas, no te vayas', y por su tamaño le hacían reanimación con un dedo sobre el pecho. Y Mía volvía”, me contó Jorgelina.

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Pienso en esa frase hermosa de Messi -“el Dibu fue papá y no le pudo hacer upa”- y sigo pensando: cuando Fideo fue papá tampoco pudo.

Hasta que un día de junio de 2013, después de 60 días en neonatología, probaron sacarle el respirador: Mía respiraba sola.

En una carta que Fideo escribió en 2018 y que salió publicada en “The Players Tribune” puso esto: “Quizás me ven llorando con la Copa (la de la Champions League) y se piensen que yo lloro por el fútbol. Pero en realidad estoy llorando porque mi hija está ahí en mis brazos para vivir ese momento conmigo”.

Aquello de que si Mía sobrevivía iba a ser con secuelas graves tampoco sucedió: aunque entre las consecuencias posibles de la inmadurez estaban la parálisis cerebral, la ceguera, la sordera o retrasos del desarrollo neurológico, Mía salió adelante sin ninguna