El cantante Joaquín Levinton atravesó en las últimas horas un episodio cardíaco severo que movilizó al mundo del espectáculo y volvió a poner en primer plano una problemática de alto impacto sanitario: el infarto agudo de miocardio. El líder de Turf se descompensó en un bar del barrio porteño de Palermo y fue asistido de inmediato por un equipo del Sistema de Atención Médica de Emergencias (SAME), que logró estabilizarlo y trasladarlo al Hospital Fernández. Allí permanece internado bajo observación médica.
El diagnóstico de infarto agudo de miocardio, que afecta a miles de personas cada año, constituye la principal causa de muerte en la Argentina. Según especialistas del ICBA Instituto Cardiovascular, la condición se desencadena cuando el suministro de sangre al músculo cardíaco se interrumpe de forma abrupta o disminuye hasta niveles incapaces de sostener su funcionamiento. Esa caída en el flujo impide que el corazón reciba oxígeno y nutrientes esenciales, provocando un daño que puede tornarse irreversible en cuestión de minutos.
La causa más frecuente es la ateroesclerosis: la acumulación progresiva de grasa y colesterol dentro de las arterias coronarias. Con el tiempo, este proceso genera placas que estrechan el diámetro de los vasos. Cuando una de ellas se rompe, el organismo activa mecanismos de coagulación que pueden obstruir por completo la arteria afectada. Si la circulación se bloquea, la porción del corazón que depende de ese vaso comienza a deteriorarse de inmediato.
Los síntomas del infarto varían significativamente entre personas, lo que dificulta su detección temprana. El signo más típico es una presión intensa y persistente en el pecho, descripta por muchos pacientes como un peso insoportable, ardor u opresión que no mejora con el descanso. Esa molestia puede irradiarse hacia los brazos, la espalda, el cuello, la mandíbula o la parte superior del abdomen. Otros síntomas posibles incluyen sudor frío, náuseas, mareos, dificultad para respirar, palpitaciones o un cansancio repentino sin causa aparente.
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) advierten que estas señales pueden manifestarse de manera atípica, especialmente en mujeres, personas mayores o pacientes con diabetes. En esos casos, el dolor de pecho puede estar ausente y los indicios se limitan a debilidad intensa, molestias digestivas o falta de aire. Esta presentación "silenciosa" explica por qué muchos infartos se diagnostican tardíamente.
En Argentina se registran alrededor de 40.000 infartos por año —más de 100 por día— y la enfermedad cardiovascular representa cerca del 30% de las muertes anuales. Los cardiólogos alertan sobre un fenómeno preocupante: el aumento de casos en personas jóvenes, impulsado por factores como la obesidad, la diabetes y el deterioro general de los hábitos de vida. El doctor Juan Pablo Costabel, del ICBA, señaló que la incidencia aumenta luego de los 45 años en varones y de los 55 en mujeres, aunque hoy la aparición de cuadros tempranos es cada vez más frecuente.
Los factores de riesgo más conocidos son hipertensión, colesterol elevado, tabaquismo, sedentarismo y antecedentes familiares. La genética establece una predisposición, pero el estilo de vida puede amplificar o reducir significativamente las posibilidades de sufrir un evento cardiovascular. El estrés crónico, el mal descanso y los trastornos del sueño, aunque no integran la lista clásica, también favorecen procesos inflamatorios y alteraciones vasculares que incrementan el riesgo.
La prevención es la herramienta más efectiva. El doctor Martín Fasan, también del ICBA, recomienda controles médicos anuales que incluyan mediciones de presión, análisis de lípidos y glucosa, estudios cardíacos e imágenes vasculares según cada caso. Las personas con antecedentes familiares deben iniciar estos chequeos antes que la población general.
Ocho de cada diez infartos podrían evitarse con hábitos saludables: dejar de fumar, limitar el consumo de alcohol, realizar actividad física regular —al menos 150 minutos semanales de ejercicio aeróbico moderado— y seguir una alimentación equilibrada, basada en frutas, verduras, granos integrales y una reducción de carnes rojas y alimentos ultraprocesados. El descanso adecuado y el manejo del estrés completan el abordaje preventivo.
Los especialistas también destacan la importancia de la capacitación en reanimación cardiopulmonar (RCP). Tras un infarto, el paciente puede derivar rápidamente en un paro cardíaco, y cada minuto sin asistencia reduce drásticamente las posibilidades de supervivencia. Una intervención temprana mantiene la circulación de sangre y oxígeno mientras llega el equipo de emergencias.
Ante un caso sospechoso, el diagnóstico incluye electrocardiograma, análisis de sangre y estudios de imágenes como angiografías, ecocardiogramas o resonancias. Los tratamientos más eficaces combinan anticoagulantes, trombolíticos y, cuando corresponde, angioplastia con colocación de stent. En situaciones complejas, puede requerirse una cirugía de bypass coronario.
Tras superar la fase crítica, los pacientes ingresan a programas de rehabilitación cardíaca que incluyen actividad física supervisada, educación en salud y apoyo emocional. La adherencia a los tratamientos y a los cambios en el estilo de vida es clave para reducir el riesgo de nuevos episodios.