Hace unas semanas, en el solemne marco del Aula Ducal del Palacio Apostólico Vaticano, se vivió una escena tan simple como profundamente conmovedora. El Papa León XIV recibió en audiencia privada a la familia de Giovanni Giordano, asistente del capellán de los Carabineros en el cuartel "VB Salvo D'Acquisto", ubicado en Tor di Quinto, Roma.
Durante el encuentro, uno de los protagonistas fue el hijo pequeño del matrimonio. Un niño inquieto, lleno de energía, que no logró ser contenido por los adultos en medio de la espera. Corría de un lado a otro, inmerso en su mundo lúdico, ajeno al protocolo y al ambiente solemne que lo rodeaba.
Pero todo cambió en el instante en que el Pontífice ingresó en el salón. Mientras los adultos se mantenían serenos, incluso algo intimidados por la presencia del Santo Padre, el niño reaccionó de forma espontánea y luminosa: soltó lo que estaba haciendo y corrió directamente hacia el Papa, envolviéndolo en un abrazo sincero y despojado de toda formalidad.

El gesto, que tomó por sorpresa a todos los presentes, fue correspondido con calidez por el Papa León XIV, quien se inclinó para recibirlo con una sonrisa y una caricia. La escena fue relatada por el custodio del Santuario Apostólico, quien la definió como un momento profundamente humano, casi evangélico.
"Sin filtros, sin vacilaciones: solo la pureza del corazón de un niño que reconoce lo verdadero, lo bueno y lo acogedor", expresó. Y recordó la enseñanza del Evangelio: "Quien no se humille como un niño no entrará en el Reino de los Cielos" (Mateo 18,3).
Para muchos, aquella escena fue un recordatorio silencioso del valor de la inocencia, de la fe sencilla y del amor puro. Un instante breve que, sin buscarlo, conmovió a todos y dejó una huella perdurable en quienes lo presenciaron.