Se va el mes que más fallecidos deja y el que más dolor provocó a cientos de familias en la provincia. Cuando hablamos de muertes, fallecidos, decesos o el sinónimo que le queramos poner, nos referimos a la desaparición de un catamarqueño que le importa y le era necesario a otro catamarqueño.
Las muertes de mayo son muchas y trascienden a aquellas que llegamos a conocer por sus nombres y profesiones. El Covid en este mes no sólo se llevó al primer policía, a la segunda médica o a los primeros chóferes de colectivo. El Coronavirus nos arrebató a lo largo de estos 30 días a 118 comprovincianos anónimos que significaban mucho para sus familias.
Estos fallecidos y sin desmerecer a los demás, también se lloran. Es un llanto silencioso, profundo, abrumador, cuestionador y que en el fondo no hace más que interpelarnos. Para ellos no hay caravanas. Sólo el silencio y el vacío que los iguala con los demás.
¿Por qué murieron estos ciento dieciocho comprovincianos? ¿No llegaron a tiempo para vacunarse? ¿Se contagiaron por creer que no les iba a llegar? ¿Debieron trabajar en la primera, segunda o tercera línea porque no tenían otra opción? ¿Se hizo poco o nada con el sistema sanitario en estos meses previos? Son muchas las preguntas y si hay respuestas, es difícil saber si son satisfactorias.
En este punto, sólo Dios sabe porque.
Ahora toca reflexionar y accionar para que Junio sea mucho menos letal. La perspectiva no es la mejor. El sistema sanitario colapsó y no hace falta una declaración oficial. Ya no sólo las cifras lo dicen sino que las últimas decisiones del Ejecutivo lo han hecho evidente. Y a esto sumar la voz cada vez más fuerte de la gente que no sólo llora a sus familiares sino que reclama con insistencia una mejor atención y contención.
A esta altura, mientras ingresamos a un nuevo mes, queda claro que una cosa es convivir con el virus y otra muy distinta el naturalizar las muertes que nos llegan todas las tardes pasadas las 18 horas.
Rita García Molina