¿Sabías que las benzodiazepinas son los tranquilizantes más recetados y vendidos del mundo? Tal vez te suene más si las llamamos por su nombre comercial, como Rivotril, Valium o Alplax.

Dentro de este grupo de drogas, la más conocida es el clonazepam, pero todas son utilizadas y recetadas para una gran cantidad de síntomas y trastornos: desde desórdenes del sueño, ataques de pánico, trastornos de la conducta alimentaria y síndromes de abstinencia.

Se popularizaron a partir de los años cincuenta con los cambios de estilo de vida: exigencia por la productividad, jornadas de trabajo cada vez más extensas, la sobreestimulación de las grandes ciudades y el aumento del estrés.

La consigna para su desarrollo era encontrar una droga para combatir estos cuadros pero que no disminuya las capacidades intelectuales y el rendimiento físico de las personas (¿no vayamos a bajar la productividad, no?).

La idea era atacar los problemas relacionados con el sueño, la ansiedad y el pánico, que se volvieron patológicas, motivando el desarrollo de drogas con propiedades ansiolíticas, inductores del sueño y sedantes.

Las benzodiazepinas producen beneficios siempre y cuando sean administradas bajo control médico, idealmente dentro del marco de un tratamiento psicológico y psiquiátrico que contemple un inicio y un final, y que tenga en cuenta la realidad del paciente, ya que por sí solas no harán desaparecer los síntomas del trastorno de base.

Hay que tener en cuenta que como toda droga poseen efectos colaterales que suelen agudizarse con el uso prolongado: disminución de la libido y problemas sexuales, problemas de memoria, dolor de cabeza, dolor de pecho, alteración del ritmo cardíaco, hipotensión, temblores, entre otras.

Por esto es importante que su consumo se realice a conciencia: la combinación con otras drogas psicoactivas también puede ser muy peligrosa.

Por ejemplo, combinar este tipo de psicofármacos con alcohol produce deterioro cognitivo severo y estados de confusión.