En un año marcado por la proliferación de ceremonias oficiales y galas organizadas por la Asociación de Periodistas de la Televisión y la Radiofonía Argentinas (APTRA), el actor Pablo Rago optó por correrse del centro de la escena mediática y cerrar el 2025 con una propuesta completamente distinta: la entrega de su propio premio Martín Fierro, pensado no para figuras del espectáculo sino para las personas que forman parte de su vida diaria.
Según supo la Agencia Noticias Argentinas, en medio de un calendario cargado de premiaciones televisivas, Rago decidió mirar hacia un escenario mucho más cercano y tangible: su barrio, Palermo. Allí, lejos de las alfombras rojas, los flashes y los discursos protocolares, el actor organizó una premiación barrial destinada a reconocer a vecinos y comerciantes que, sin exposición pública ni notoriedad mediática, sostienen la rutina cotidiana con trabajo, compromiso y trato humano.
"Este año hubo muchos Martín Fierro y no quise perder la oportunidad de premiar a mis vecinos", explicó el actor, sintetizando el espíritu de una iniciativa que combinó humor, afecto y una fuerte carga simbólica. La ceremonia, informal y cercana, puso en valor oficios y roles cotidianos que rara vez reciben reconocimiento público, pero que resultan fundamentales para la vida comunitaria.
Entre los distinguidos se encontró Mery, elegida como "la mejor verdulera", en reconocimiento a su atención diaria y su vínculo con los clientes del barrio. También fue premiado Nico, definido como "el chino más argentino de Palermo", una distinción que destacó su integración, cercanía y presencia constante en la vida del vecindario. En el rubro gastronómico, Jano fue reconocido como "el mejor pizzero", mientras que Dany recibió el premio a "la mejor pizzera", subrayando el valor del trabajo detrás de uno de los clásicos más populares de la mesa porteña.
La premiación incluyó además a Javier, distinguido como "mejor encargado", y a Migdalia, reconocida como "mejor cajera", dos roles esenciales para el funcionamiento diario de comercios y edificios, que suelen pasar inadvertidos pese a su importancia. Sin embargo, uno de los momentos más emotivos del cierre estuvo dedicado a Juliana, la mascota del grupo, quien fue consagrada como "la mejor perrita del mundo", despertando sonrisas y aplausos entre los presentes.
Un detalle que no pasó inadvertido fue la decisión de Rago de nombrar a cada persona por su nombre propio, evitando etiquetas impersonales o genéricas. Ese gesto reforzó el carácter íntimo y personal de la iniciativa, que se alejó deliberadamente de los formalismos tradicionales para centrarse en el reconocimiento genuino y el vínculo humano.
La propuesta del actor funcionó también como una reflexión implícita sobre el sentido de los premios y el reconocimiento público. En lugar de celebrar trayectorias consagradas o ratings televisivos, Rago eligió destacar la constancia, la cercanía y el trabajo silencioso que sostiene la vida cotidiana en los barrios. Un Martín Fierro distinto, sin transmisión televisiva ni estatuillas doradas, pero cargado de significado.