Vivió 35 años con un diagnóstico equivocado de cáncer terminal
Un médico revisó su historia clínica y concluyó: “Nunca tuviste cáncer”.

Jeff Henigson era apenas un adolescente de 15 años cuando un diagnóstico médico le cambió la vida. Luego de ser atropellado en su bicicleta y ser operado de urgencia, un médico le comunicó que tenía un agresivo cáncer de cerebro y que no viviría más de tres años. A pesar de que los patólogos coincidieron, en aquel entonces, en que se trataba de “astrocitoma anaplásico”, 35 años después descubrió que pasó buena parte de su vida con un diagnóstico equivocado.

Henigson explicó que, años atrás, los médicos lo presentaron como “un milagro” por una repentina y definitiva cura de su cáncer. Sin embargo, un neuropatólogo que conoció en el último tiempo le dijo que en realidad nunca había tenido la enfermedad. Karl Schwarz, especialista en astrocitomas anaplásicos, fue el primero en advertirle que en sus casi 40 años de carrera solo tres pacientes con ese diagnóstico habían sobrevivido.

“Me sentí obligado a acercarme porque es tan inusual que hayas sobrevivido al astrocitoma anaplásico”, le dijo el médico al paciente. Luego, el hombre le contó una historia: tiempo atrás, un paciente había obtenido el mismo diagnóstico que él, y comenzado un tratamiento que le había dejado daños irreparables. Luego, se había descubierto que el diagnóstico del paciente era un error, aunque las consecuencias del tratamiento eran irreversibles. Schwarz sospechaba que Henigson podría haber sido víctima de una mala praxis similar, y le propuso revisar el diagnóstico.

Según contó Jeff al medio estadounidense, cuando volvió a llamar a Schwarz, le leyó el primer informe que le habían entregado los médicos años atrás. “Su diagnóstico inicial, astrocitoma pilocítico, es un tumor benigno. ¿Por qué se sometió a radiación y quimioterapia?”, le consultó el doctor.

No obstante, en el segundo informe, el tumor que aparecía en el cerebro de Jeff, seguía manifestándose benigno. “Hay un tercer informe”, le dijo Henigson al médico, con la voz quebrada. Schwarz suspiró y respondió: “Este es el diagnóstico completamente falso. No tuvo lugar en su hospital local. Alguien quería una segunda opinión de una institución respetada. Los hallazgos fueron enviados a esa persona. Pero en cualquier caso, estaba equivocado”.

En un ataque de llanto, Henigson continuó escuchando al profesional. “Cualquiera de los dos resultados es profundamente significativo. Si sobrevivió al astrocitoma anaplásico, entonces es el resultado de un milagro de proporciones bíblicas. Si se hizo un diagnóstico erróneo, que creo que es lo que sucedió, entonces es una advertencia importante. Los patólogos, como todos los demás, cometen errores”, le dijo el médico.

Sin saber qué otra cosa hacer, Jeff aceptó la oferta de revisar formalmente y por escrito los informes de patología. Para Schwarz, el tercer informe que recibió Henigson fue un retroceso y no ofreció ninguna prueba de que el cáncer fuera, efectivamente, maligno. “Es completamente incongruente con todo lo que había ocurrido antes”, opinó.

Henigson, ahora está convencido de que Schwarz tiene razón. “La mejor evidencia en apoyo de su argumento es el hecho de que estoy vivo. Las personas con astrocitomas anaplásicos no sobreviven mucho tiempo, ciertamente no 35 años. No soy un milagro médico. En cierto sentido, soy más un error”.

Según contó el hombre, el cáncer se volvió parte constitutiva de su historia y dejó profundas huellas emocionales. “La casi certeza de mi muerte prematura me llenó de miedo, no solo hasta que superé las probabilidades, sino cada vez que tenía dolor de cabeza, cada vez que me metían en un tubo para otra resonancia magnética de precaución, esperando escuchar que estoy despejado por un año o dos. Mi diagnóstico causó estragos en cada miembro de mi familia nuclear, dañándolos, hiriéndolos, durante muchos años. Había tanto por lo que estar enojado. Tanto que lamentar”, relató.

Pero además, hay una serie de consecuencias físicas imborrables, como la radiación cerebral que dañó su actividad hormonal, su visión y su audición, y la quimioterapia, que dañó sus pulmones.

En los últimos días, Henigson comenzó a encontrar algo de calma por saber la verdad sobre su diagnóstico. “Lenta, deliberadamente, se abre camino en el ensamblaje emocional que me domina”, señaló, con algo de alivio. “Durante 35 años temí que mi tumor volviera a aparecer, que el cáncer me matara. Se me está filtrando ahora, por primera vez, que el cáncer probablemente nunca lo fue”.