El pasado viernes falleció a los 83 años el Padre Mamerto Menapace, uno de los monjes más queridos y respetados del país. Vivió 73 años en el monasterio benedictino de Los Toldos, al que ingresó con apenas 10 años, y desde allí cultivó una vida de oración, escritura, humor y sabiduría. Su legado espiritual y humano trascendió los muros del monasterio.
"Soy Mamerto, pero no ejerzo", solía decir con una sonrisa. Su forma de hablar de Dios —con profundidad, pero también con cercanía y gracia— lo convirtió en una figura muy escuchada por creyentes y no creyentes. Fue, como dijeron muchos de los que lo despidieron, "la persona más preparada para morir". A lo largo de su vida, leyó, escribió, oró, y sobre todo, acompañó a otros en sus dolores, especialmente cuando ya no quedaban más recursos humanos para aliviar el sufrimiento.
Decía que morir bien era una de las cosas más importantes de la vida, y enseñaba a perder como una forma de practicar esa despedida final. Gente de todo el país lo visitaba en busca de consuelo, y él los recibía con paciencia, les hablaba de los "misterios de Dios", y los ayudaba a encontrar paz.
Aunque pasó toda su vida en el claustro, tenía una comprensión aguda del mundo exterior. Escuchaba tanto a los demás que terminó sabiendo del alma humana más que muchos que andan por las calles.
Su sabiduría iba de la mano del humor. En una anécdota inolvidable, hizo reír al entonces Papa Francisco —cuya imagen sonriente fue portada del L'Osservatore Romano— al preguntarle en Roma: "¿Por qué Jesús no es de San Lorenzo? Porque la Iglesia convoca". Bergoglio, hincha del club de Boedo, no pudo contener la carcajada.

Como todo monje de clausura, sabía que moriría en el monasterio. Detrás de la abadía está el pequeño cementerio donde descansan los miembros de la comunidad. Sin embargo, cuando en 2020 murió el Padre Alurralde en soledad durante la pandemia, Mamerto expresó su deseo de tener otra despedida: "No quiero esto para mí", le dijo al Padre Osvaldo. Mamerto amaba a la gente.
Y así fue. El domingo al mediodía, una multitud se reunió para darle el último adiós. El sol acompañó y, más que tristeza, se sintió un profundo agradecimiento. "Se cumplió lo que Dios quería", dijo uno de los presentes mientras el féretro se ubicaba en el lugar que él mismo había pedido. Un final luminoso para una vida entregada con amor.