En un clima de profunda alegría, fe y gratitud, la Iglesia Diocesana de Catamarca celebró este domingo la clausura solemne del Año Jubilar 2025, una convocatoria impulsada por el papa Francisco bajo el lema "Peregrinos de esperanza". La celebración coincidió con la Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, y reunió a una multitud de fieles en la Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle.
La Santa Misa fue presidida por el obispo diocesano, monseñor Luis Urbanc, y concelebrada por el vicario general, presbítero Julio Murúa; el rector de la Catedral, presbítero Juan Ramón Cabrera; y numerosos sacerdotes de los distintos decanatos que integran la diócesis. Desde temprano, fieles laicos, religiosas y peregrinos provenientes de diferentes comunidades colmaron el templo madre de la Iglesia local para dar gracias por el camino espiritual recorrido durante este Año Santo.

La ceremonia litúrgica se inició con un gesto profundamente simbólico: el ingreso procesional de la Cruz desde el atrio hasta el presbiterio. El signo central del Jubileo, que permaneció durante todo el año junto al altar, fue adornado con flores para destacar su significado espiritual. Tras ella, ingresaron los fieles que atravesaron la Puerta Santa, gesto que permitió obtener la indulgencia plenaria concedida por la Iglesia durante este tiempo especial de gracia.
Durante su homilía, el obispo diocesano destacó que esta celebración "nos une a todas las diócesis del mundo para dar por concluido el Año Jubilar iniciado el 29 de diciembre del año pasado, también en la Fiesta de la Sagrada Familia". En ese marco, recordó que el papa Francisco, a través de la bula La Esperanza no defrauda, invitó a una conversión personal y comunitaria profunda, centrada en el perdón, la reconciliación y la solidaridad con los más necesitados.

El prelado subrayó que el Jubileo fue una oportunidad para romper con la prisa del mundo moderno, mirar a largo plazo y renovar el compromiso con valores fundamentales como la paz, el cuidado de la creación, la apertura responsable a la vida y la atención a los pobres, los enfermos y los migrantes. "La fe es un camino de peregrinación hacia Dios, y Jesucristo es el Señor de la vida y de la historia, el único fundamento de una esperanza cierta", afirmó.
Al referirse a la celebración de la Sagrada Familia, destacó el valor del hogar de Nazaret como modelo para las familias cristianas. Señaló que allí, en el silencio y la intimidad, Jesús creció como hombre y maduró su misión, acompañado por la fe y la obediencia de José y María. "La familia cristiana está llamada a ser reflejo del Amor Divino y primera escuela de las virtudes sociales que la humanidad necesita", expresó.
En otro tramo de su reflexión, monseñor Urbanc remarcó que la familia cristiana es una verdadera "Iglesia doméstica", donde la fe se vive y se transmite cotidianamente a través del amor, el perdón, el diálogo y la oración compartida. Frente a un mundo atravesado por el individualismo, sostuvo que la familia es un testimonio concreto de comunidad, servicio mutuo y amor sacrificial.
El Obispo también abordó los desafíos actuales que enfrentan los hogares, como el ritmo acelerado de la vida, la influencia de la tecnología y la relativización de los valores. Sin embargo, afirmó que es precisamente en ese contexto donde la familia cristiana puede convertirse en una luz que brille con más fuerza, mediante gestos cotidianos de perdón, encuentro, oración y servicio.

Hacia el final de su predicación, pidió a la Virgen del Valle que los hogares catamarqueños "sean faros de esperanza" y convocó a sostener los compromisos asumidos durante el Año Jubilar. Asimismo, invitó a preparar el corazón para el próximo Jubileo por el Bicentenario del nacimiento del beato Mamerto Esquiú.
La celebración concluyó con un fuerte gesto comunitario: los alimentos no perecederos ofrecidos por los fieles serán destinados a la Comunidad Cenáculo, que acompaña a jóvenes en proceso de recuperación de adicciones. Finalmente, los presentes compartieron un desayuno a la canasta en el Paseo de la Fe, como signo de confraternidad y encuentro.