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La tradición del árbol de Navidad en Argentina: por qué se arma hoy

El Día de la Inmaculada Concepción de María marca, desde hace décadas, el inicio formal de la decoración navideña en los hogares argentinos. La costumbre combina raíces religiosas, herencias paganas y un fuerte sentido de encuentro familiar que se extiende hasta Nochebuena.

8 Diciembre de 2025 07.49

Con la llegada de diciembre y a pocos días del comienzo de las celebraciones de fin de año, una pregunta se repite cada temporada en miles de hogares argentinos: ¿cuándo se arma el árbol de Navidad? La respuesta, para gran parte de la sociedad, está marcada en el calendario. El 8 de diciembre es la fecha tradicional para dar inicio a la decoración navideña, una costumbre profundamente arraigada que conjuga fe, historia y rituales familiares.

En la Argentina, el armado del árbol de Navidad está directamente vinculado al Día de la Inmaculada Concepción de María, una festividad central dentro del calendario católico que además es feriado nacional inamovible. Para los creyentes, la fecha recuerda la concepción de la Virgen María sin pecado original y simboliza la pureza, la esperanza y la fe. En ese marco espiritual, el inicio de la decoración navideña adquiere un significado especial, que trasciende lo meramente estético y se convierte en un acto cargado de simbolismo.

Con el paso de los años, el 8 de diciembre se consolidó como el momento elegido para reunir a la familia, abrir cajas guardadas durante todo el año, desempolvar adornos y armar el árbol que permanecerá encendido hasta el 25 de diciembre. Para muchos, se trata de un ritual que se repite generación tras generación y que funciona como el puntapié inicial del clima navideño, en un mes atravesado por balances personales, reencuentros y expectativas.

Aunque hoy el árbol de Navidad aparece inseparable del festejo cristiano, su historia se remonta a tiempos mucho más antiguos. Antes de ser adoptado por la tradición religiosa, este símbolo estuvo ligado a celebraciones paganas, especialmente a los rituales del solsticio de invierno en los pueblos nórdicos y celtas. En aquellas culturas, los árboles de hoja perenne representaban la vida que resistía al frío y a la oscuridad, y eran considerados un emblema de renovación y esperanza.

Siglos atrás, comunidades celtas talaban robles durante el invierno y los decoraban con frutas y velas. Este gesto tenía un profundo sentido simbólico: buscaba "revivir" a la naturaleza y asegurar su fertilidad y florecimiento en la temporada siguiente. La luz de las velas, en particular, representaba el triunfo de la claridad sobre la oscuridad, un significado que con el tiempo se integraría a la iconografía navideña.

Con la expansión del cristianismo en Europa, muchas de estas prácticas paganas fueron resignificadas y adaptadas a la nueva fe. El árbol, entonces, pasó a representar la vida eterna, el amor divino y la llegada del nacimiento de Jesús. De este modo, una costumbre ancestral encontró un nuevo sentido dentro de las celebraciones cristianas, sin perder su esencia como símbolo de unión y renacimiento.

En la actualidad, el árbol de Navidad mantiene una fuerte carga emocional más allá de su origen religioso o cultural. En muchos hogares argentinos, se convierte en el centro simbólico de la celebración: allí se colocan los regalos del Niñito Dios, se comparten momentos de alegría y se refuerzan lazos familiares. Armarlo implica detenerse, al menos por un momento, en medio del ritmo acelerado del año, para dar lugar al encuentro y a la reflexión.

Así, cada 8 de diciembre, el gesto de montar el árbol vuelve a adquirir vigencia como una tradición viva. Más que una simple decoración, se trata de un ritual que combina historia, fe y afectos, y que marca el comienzo de un tiempo especial, cargado de significado para millones de personas en todo el país.