Patricia y Nahiara: la madre y la hija que vencieron todos los obstáculos para estudiar juntas
Esta historia se resume en años de esfuerzo, viajes, internaciones y desafíos médicos frente a un objetivo común: sostener la educación como derecho y proyecto de vida. Juntas completaron una tecnicatura tras enfrentar dificultades que hubieran frenado a cualquier otra familia.

La historia de Patricia Véliz y su hija Nahiara Trejo es una de esas que dejan una marca profunda en quienes la conocen. No solo por el logro académico que alcanzaron juntas, sino por la fuerza, la constancia y el compromiso que mostraron a lo largo de un camino lleno de obstáculos. Su recorrido es un testimonio claro de que la educación puede transformar vidas aun en contextos adversos, y de que la voluntad de aprender es más fuerte que cualquier límite físico o material.

Desde muy pequeña, Nahiara convive con el síndrome de Van der Knaap, una condición poco frecuente que afecta su motricidad y compromete distintos aspectos de su salud. Este diagnóstico condicionó su infancia, sus rutinas y su participación escolar, pero nunca debilitó su deseo de estudiar. A su lado, Patricia —además de madre, docente— se transformó en un sostén fundamental, acompañándola en cada etapa y abriendo caminos donde parecía que no los había.

Uno de los momentos más difíciles llegó en el último año de secundaria. Una neumonía bilateral obligó a internar a Nahiara durante varias semanas, alejándola de la escuela en un momento decisivo de su trayectoria educativa. "Ella quería estar con sus compañeros, quería terminar con ellos... fue muy duro verla así", recuerda Patricia. Esa internación marcó un punto de inflexión: aunque la salud había puesto un freno inesperado, también reforzó las ganas de continuar. Madre e hija comprendieron entonces que seguir estudiando era más que una meta; era un acto de resistencia.

Tiempo después, al iniciar la tecnicatura, decidieron cursarla juntas. Lo que para la mayoría sería un desafío organizativo, para ellas representó un verdadero reto cotidiano. Viajar 25 kilómetros desde San Pedro hasta el instituto de Bañado de Ovanta implicaba trasladar una silla de ruedas, un equipo respiratorio, materiales de estudio y adaptarse a las condiciones climáticas, a rutas en mal estado o a imprevistos mecánicos. Aun así, cada jornada empezaba con la misma frase de aliento que se repetían: "Vamos igual".

El rol de los docentes fue clave para sostener el proceso. Los profesores adaptaron contenidos, enviaron audios cuando Nahiara no podía leer, ajustaron metodologías y mostraron una comprensión que trascendió la dinámica tradicional del aula. La comunidad educativa se convirtió así en una red que acompañó, contuvo y permitió que ambas siguieran avanzando en tiempos y formas acordes a su realidad.

Estudiar juntas fue mucho más que compartir un espacio académico. Fue un ejercicio de convivencia, paciencia, descubrimiento y aprendizaje mutuo. Hubo tardes de estudio compartido, repasos interminables, discusiones sobre trabajos prácticos y risas por errores que hoy ya forman parte de su anecdotario familiar. "Nunca pensé que iba a ser compañera de mi hija. Fue un regalo", afirma Patricia con emoción.

Hoy, tras superar internaciones, viajes complejos y noches de esfuerzo sostenido, Patricia y Nahiara celebran un logro que excede lo académico. Para ellas, estudiar se convirtió en un puente hacia una vida más plena, en una manera de reafirmar derechos y en una prueba tangible de que ningún obstáculo es suficiente cuando existe una convicción firme.

Patricia lo sintetiza con la sensibilidad de quien atravesó cada desafío desde el amor más profundo:

"Todos tenemos derecho a estudiar. Acompañar es un desafío, sí, pero vale la pena. Ojalá muchas escuelas y muchos docentes se animen a acompañar a más estudiantes como Nahiara".