Argentina se ha afirmado como potencia mundial del fútbol y no solo por el talento de sus jugadores con el balón en los pies. Hay otro producto de exportación que fluye desde el extremo sur hacia las mejores ligas del mundo y que hoy por hoy no tiene precio: es el cerebro, la capacidad táctica y de manejo de personal de sus técnicos.
Los mejores clubes europeos y las selecciones de todo el continente americano han hallado en el preparador argentino un sello de competitividad y carácter. Esta popularidad se basa en una educación cultural propia en la que desde pequeño se vive, se habla y se analiza el fútbol como si de una asignatura se tratase.
Cuando un fan o un experto mira las cuotas en una casa de apuestas antes de un gran torneo, la nacionalidad del entrenador ya te da una pista de qué tipo de equipo va a ser. Si hay un argentino en el banco, se espera intensidad, disciplina táctica y, sobre todo, mentalidad para dar vuelta situaciones adversas.
La herencia de una dialéctica histórica
El técnico argentino contemporáneo es el producto de décadas de discusiones teóricas. El país maduró futbolísticamente entre dos pensamientos opuestos que obligaron a los profesionales a definirse y defender con argumentos el camino elegido. Menotti era la bohemia, el respeto a la estética, la creencia de que jugando bien se ganaba. En la otra vereda, Carlos Bilardo, el obsesivo táctico que vivía y moría por el resultado.
Más que una guerra destructiva, esta guerra de ideas se enriqueció con entrenadores actuales como Lionel Scaloni o Mauricio Pochettino, que son producto de esta dialéctica. Han combinado lo mejor de ambos mundos. Tienen la rebeldía para plantear ataques atrevidos y la disciplina científica para amarrar los partidos cuando es preciso. Esta adaptabilidad les permite sobrevivir tanto en la Premier League inglesa como en las eliminatorias sudamericanas.
Personajes como Marcelo Bielsa lo elevaron a tal punto que hoy se estudia como caso en academias de Francia y España, poniendo la escuela argentina en el mapa mundial.
El arte de hablar y persuadir
Más allá de la pizarra y la táctica, hay algo que estos entrenadores tienen en común: su oratoria.
El entrenador argentino concibe el vestuario como un santuario en el que la palabra es la herramienta. En un deporte donde la mente puede paralizar las piernas más dotadas, saber alcanzar la mente del jugador es determinante.
El Cholo Simeone en el Atlético de Madrid es un ejemplo, pues su década en un club de máxima exigencia no se entiende solo desde el plano defensivo. Se sostiene en su capacidad de proyectar un aura de sacrificio innegociable. Simeone consigue que estrellas de millones de dólares corran y peleen como aficionados de primer año.
El entrenador es padre, maestro y guía espiritual, y por medio de la oratoria crean un sentido de pertenencia a prueba de fuego externo. De hecho, muchos medios y estudios ya han señalado cómo los mensajes motivacionales pueden transformar resultados sobre el césped.
Los transformadores de identidades nacionales
La huella de esta escuela de formadores se nota en las selecciones sudamericanas. No solo entrenan equipos, moldean la identidad futbolística de toda una nación. El de José Pékerman en Colombia es un caso ejemplar, porque su llegada no solo trajo disciplina táctica, sino que transformó la mentalidad perdedora de una generación dorada y la llevó a cuartos de final de una Copa del Mundo, restaurando su orgullo competitivo.
Algo parecido le pasó a Ricardo Gareca en Perú, quien llevó de nuevo a Perú a un Mundial después de décadas de ausencia, todo ello mediante la disciplina y la creencia del futbolista peruano en su juego.
Estos coaches son crisis managers y project builders; tienen la paciencia para trabajar con las inferiores y la cintura para cortar con el mayor. Su éxito es que no importan estilos, interpretan la cultura local y la potencian con profesionalismo argentino.
Una vocación académica y rigurosa
El banco en Argentina no es un lugar para caballos veteranos tediosos; por el contrario, se le considera una profesión académica que necesita años de estudio. La Asociación de Técnicos del Fútbol Argentino (ATFA) tiene uno de los programas de estudio más largos y exigentes de América.
Marcelo Gallardo o Gabriel Heinze ya estudiaban partidos como entrenadores cuando aún jugaban, y claro, esta llamada temprana les da una ventaja. Dominan la dirección de equipos, las relaciones con la prensa, la planificación de temporadas enteras con una facilidad asombrosa, como lo logró Maradona a pesar de muchas circunstancias.
Pero su capacidad de adaptación es su mayor fuerte porque pueden controlar la opulencia en un club europeo o la escasez en un club local que lucha por no descender.
Han hecho creer al planeta que el talento está en las botas de los futbolistas, pero el alma y el mando del equipo siempre están en la cabeza y en la voz de quien lo dirige desde la raya.