Después de años de ausencias, rumores, internaciones y un proceso judicial que todavía no encuentra desenlace, Cristian "Pity" Álvarez volvió a tener una fecha propia. El escenario elegido fue el estadio Mario Alberto Kempes, en Córdoba, donde más de 40 mil personas llegadas desde distintos puntos del país presenciaron un recital tan esperado como incierto.
El regreso se produjo siete años después del caótico show en Tucumán y con el antecedente del homicidio de Cristian Díaz, causa por la cual el músico aún tiene su juicio en suspenso. Hasta minutos antes del inicio, nadie sabía con certeza en qué condiciones subiría al escenario ni qué tipo de presentación podría ofrecer.
Sin embargo, cuando sonó la primera guitarra y la banda lo acompañó, todas las dudas comenzaron a disiparse. Pity apareció con energía, presencia escénica y una entereza llamativa, atravesado por su historia personal, sus adicciones y sus problemas de salud mental, pero firme en su rol de frontman. Como ocurre con los mitos populares, bastó que tomara la guitarra para que el talento volviera a imponerse.
La lealtad intacta del público
El lema "Basado en hechos reales", lejos de ser solo una consigna publicitaria, funcionó como una síntesis perfecta del momento. El clima previo fue de celebración y expectativa. Una gran parte del público estuvo conformada por adolescentes y jóvenes de hasta 25 años, que nunca habían tenido la posibilidad de verlo en vivo con Viejas Locas o Intoxicados, bandas fundamentales del rock barrial de los '90 y los primeros 2000.
La fidelidad fue total. El público eligió acompañar, separar la obra del artista y reafirmar la vigencia de su música, que demostró haber envejecido con dignidad y seguir interpelando a distintas generaciones.

Rock, provocación y contradicción
El show comenzó puntual. A las 21, una cuenta regresiva fue coreada por todo el estadio como si se tratara de Año Nuevo. Con las luces apagadas, Pity apareció en escena en una performance polémica y provocadora, fiel a su historial: una mujer atada con una correa, casi desnuda, le sirvió un trago y le encendió un cigarrillo antes de que sonara "El Rey", una de sus canciones más introspectivas.
De la sensibilidad pasó rápidamente al estallido con "Intoxicado" y luego "Nena, me gustás así", desatando un pogo que empujó al público hacia el vallado. Allí quedó claro que estaba en un gran momento musical, con riffs precisos y una voz que recordó su mejor etapa post Otro día en el Planeta Tierra.
"Homero", dedicado a su padre, generó uno de los momentos más emotivos de la noche. Muchos rompieron en llanto al escucharlo contar que su papá alcanzó a oír esa canción antes de morir.
Una banda sólida y una puesta cuidada
Acompañado por Matías Mango, Gabriel Prajsnar, Juan Colonna, Hernán Salas y Bárbara Corvalán, más invitados históricos como Peri Rodríguez y Miguel Tallarita, Pity se mantuvo siempre en el centro de la escena. Cambió varias veces de vestuario y sostuvo un ida y vuelta constante con el público, entre humor, ironía y referencias a su propia historia.
Hubo espacio para clásicos como "No tengo ganas", "Árbol de la vida", "Se fue al cielo", "Volver a casa" y una versión más rockera de "Me gustas mucho". Pero también para una frase que atravesó toda la noche: "Me tengo que hacer cargo de las cosas que hice", pronunciada antes de una potente versión de "Te empezás a chorrear".
"Sólo el universo puede juzgarme"
El tramo final fue demoledor. Con "Fuego", "Nunca quise", "Lo artesanal", "Perra" y "Quieren rock", el estadio vivió casi tres horas de pogo ininterrumpido. Cansado, pero efectivo, Pity respondió hasta el último acorde.
En uno de los momentos más comentados, lanzó una frase que resume su presente: "¿Quién me va a juzgar? ¿Dios? ¿A mí, que soy Dios? Sólo el universo puede juzgarme". La situación judicial sigue siendo ineludible. El propio Álvarez lo sabe.
Mientras tanto, arriba del escenario volvió a ser lo que siempre fue. Abajo, el público celebró. El regreso, al menos musical, ya es un hecho.