Cada 8 de diciembre, millones de familias argentinas repiten un ritual tan íntimo como colectivo: abrir la caja del arbolito que estuvo guardada todo el año, separar las ramas aplastadas, revisar que las luces aún funcionen y volver a colocar —con más nostalgia que estética— la misma estrella de siempre. Pero este año, además de la emoción que despierta la tradición, la preocupación por los precios se volvió protagonista. La pregunta que recorre comercios, redes sociales y charlas de familia es una sola: ¿cuánto cuesta armar el arbolito en 2025?
Un relevamiento realizado en distintos comercios de la Ciudad de Buenos Aires muestra una diferencia contundente entre los productos nacionales y los combos importados disponibles en plataformas como Temu y Shein. Mientras que armar un árbol completo con fabricación argentina cuesta alrededor de $77.500, la alternativa importada ronda los US$32, equivalentes a $47.360 según la cotización oficial del 4 de diciembre. La brecha supera el 60% y se volvió decisiva para miles de consumidores que, ante presupuestos ajustados, comparan precios desde el celular antes de encarar las compras.

Las historias cotidianas confirman el fenómeno. Laura, empleada administrativa de Caballito, cuenta que este año dudó entre renovar su arbolito o mantener el viejo: "Fui a Once y un árbol decente, con luces y bolas, se me iba casi a $60.000. Después vi uno en Internet por la mitad... y sinceramente no hubo mucho que pensar", relata. Algo similar vive Ignacio, docente y padre de tres hijos, quien reconoce preferir lo nacional, pero admite que el presupuesto lo obliga a inclinarse por opciones más económicas: "Cuando la diferencia es tanta, entendés por qué mucha gente cambia".
Sin embargo, el precio no es la única variable. La calidad y la seguridad —especialmente en luces LED importadas sin certificación— se transformaron en preocupaciones recurrentes. La Cámara Argentina del Juguete (CAIJ) advirtió en su último informe que el ingreso masivo de artículos sin trazabilidad impacta tanto en la seguridad del consumidor como en la competitividad de la industria local. "La combinación de mercado saturado y controles insuficientes está llevando al sector a niveles extremos de capacidad ociosa", alerta la entidad, que reclama mayor presencia en fronteras y reglas claras para frenar la informalidad.
En los comercios porteños, un árbol nacional de 1,20 metros ronda los $35.000, un set de 12 bolas cuesta alrededor de $7.500, una estrella metálica asciende a unos $10.000 y un juego de luces LED de buena calidad se ubica en $25.000. Ese combo "intermedio", el que suelen elegir los hogares que buscan durabilidad sin llegar al segmento premium, suma $77.500. En contraste, el combo importado más económico relevado —arbolito por US$9, bolas por US$5, estrella por US$6 y luces por US$12— totaliza US$32.
La disputa de precios convive con una tradición milenaria. El árbol navideño nació mucho antes del cristianismo: los pueblos germánicos decoraban árboles verdes en pleno invierno como un símbolo de vida cuando todo lo demás parecía muerto. En el siglo XVI, la costumbre se popularizó en Alemania y luego viajó a Inglaterra, Estados Unidos y América Latina. En Argentina se masificó en los años 60, cuando las industrias locales produjeron pinos artificiales, guirnaldas y luces que iluminaron vidrieras y hogares durante décadas.
Hoy, mantener esa tradición también implica revisar la billetera. "Yo quiero que mis hijas tengan ese recuerdo: armar el arbolito juntas", dice Cecilia, madre de dos nenas. "Pero este año tuve que elegir qué renovar y qué no". Su testimonio sintetiza un dilema que se repite en miles de hogares argentinos, donde la emoción y la economía negocian la manera de sostener una costumbre que marca el inicio del "verano sentimental" cada diciembre.
Entre reclamos industriales, consumidores en modo comparación y comerciantes que buscan mantener las ventas, este 8 de diciembre las cajas volverán a abrirse, las ramas volverán a estirarse y las luces —con suerte— volverán a encenderse. Más allá de los precios, el arbolito sigue ocupando un lugar central en la identidad familiar y en la postal que cada año inaugura la Navidad argentina.